Pasó la niña Prudencia
por un lugar muy bonito,
donde buscaba algo bueno
y escuchó solo alaridos.
Se quedó escuchando atenta
alaridos matutinos
preguntándose: —¿será,
que de dolor llora un niño?
Se asomó por la rendija
que tenía una ventana.
Pero no era ningún niño,
era un gato que lloraba,
como un chico emberrinchado
que enojado da patadas.
No es preciso que me crea
¡Pero lástima causaba!
No dudó niña Prudencia
[…viendo al gato con su drama
que mordiendo estaba un hueso
que le apretujaba el alma…],
de seguir por su camino
sin decir una palabra
porque si metía manos
la aruñaba con sus garras.
La Prudencia no comulga
con los necios imprudentes,
como el gato que maúlla
y hasta víctima se cree.
Esta fábula que cuento
hoy deja una moraleja:
«En asuntos tan triviales,
es mejor que no se meta;
y ante raros alaridos
o de reiteradas quejas
pa´ mayor tranquilidad,
lo mejor es la Prudencia».