El sol le viene borrando
estrellas al cielo de Iberá.
Lo vio un pitogüé, cantando,
subido a un alto jacarandá.
En los juncos, una sombra
que nadie tal vez llegara a ver
comienza a moverse, existe.
Llegó el momento de recoger.
La línea pesa y hay temblor
en el anzuelo se ha prendido un manduvá.
Tirá despacio y con temor.
Si se te corta vos vas a pasar vare’a.
Que no pelee, por favor.
Que no se arranque la boca al tironear.
Ya le clavaste el robador.
Un día más. Gracias Che Dios Ñandejará.
Armó y se prendió un tabaco.
Mirar como despierta el Paraná
con un manduvá en el saco
era su exigua felicidad.
No estaba ya en la tapera
su hermosa flor, su cuñataí.
Ahora que nadie lo espera
puede quedarse tekoreí.
No pudo darle su calor.
En su miseria no la pudo resguardar.
Que no se vive del amor
si hay otra boca que tenés que alimentar.
Cuando la guaina raú nació
se fue quedando sin su mejor mitad.
Un día la lancha la llevó
y no volvió a tenerla nunca más.
Por un camino de vacas
se vuelve al rancho ese kuimba’e.
Lo saludan unos perros
¡Fuera carajo! ¡Salí nambré!
“Quedatená”, le decía
“Rojaijo, mi amor, ndé porá”
Habrá que traer unas ramas
y asar al fuego ese manduvá.