A la luz de una vieja palmatoria,
tras la tela de lino transparente,
se adivinan divinos en mi mente
los perfiles de hechura tan notoria.
Del prodigio visual, en mi memoria,
permanece su efigie que, inocente,
me sugiere del tálamo caliente
transitar del delirio hasta la euforia.
Y entre sombras y fraguas tropicales
la visión de su cuerpo, despojado
de finos atavíos centinelas,
me empuja a los infiernos abisales.
En la alcoba el amor fue consumado
a la luz de faroles y de velas.