Escondías bajo el paladar
las heridas de tu tristeza, cuando
un desvanecimiento recorrió las venas de tus manos,
tan próximas a las caricias de las mías.
La serenidad vacía, entera, agonizó para caer
sobre nuestra desnudez ya abandonada.
Se adiestraron vértigos en tus ojos,
mientras un silencio de afilado destino
depositó la infertilidad más lenta e invisible
a las puertas de nuestro adiós más oscuro.