Hay avenidas que son en silencio.
Para luego, están las uñas y las manos,
labrando el efímero campo de la derrota
o el éxito. Las uñas, alcanzan un vergel
siniestro, cada época de ese jardín, tuvo su cementerio,
su propio mausoleo de raíces venenosas.
Hay un silencio mayor que el del universo;
que, como una concha de mar,
sobresalta al niño y lo habitúa al océano.
Esa obstinación de uñas, dedos y gotas líquidas que,
luego, penden de un anzuelo, iridiscente y maltrecho.
Hasta conformar la vida, con sus ramos obscenos -.
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