Cuando las nubes, tediosas, omnipresentes
sobre el cielo gris plomizo
de la existencia cotidiana,
quitan el brillo al sol, los recuerdos
me invaden, morriña en el alma.
Esas preñadas ansiedades desgranan
el elixir de tus vanidades:
monótonas, de pestañas derruidas, de hojarascas
pisoteadas, de romanticismo envilecido,
de cosas ñoñas,
que no llevan a ninguna parte.
Vienen los sentimientos
de desencuentros banales,
de ruidos ancestrales,
en las camas de los recuerdos,
de sudores basales, de cariños envenenados,
de corazones lastimados,
del desagravio que han recibido.
Hablar de orquídeas, rosales, páginas en blanco
en el jardín de tus nostalgias, cuando el amor
era un canto, una oda de esperanza, un querer morir
ardiendo, un arder muriendo;
ocaso desertor de los tiempos.
Entonces, ya no soy ave, ni los rosales
me quieren, obstrucciones que yacen
en los sempiternos amores,
barricadas de humo, silencios ancestrales.
Aparecen en mi , bacanales romanas,
sudores estereotipados
amarguras desinfladas, amores
que fallecen de placer
placeres que nunca mueren.
Esos recuerdos de batallas
con cicatrices en el cuerpo,
me hacen escribir derritiendo
mi navegar sereno,
por el mundo de los versos.
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