El aire áspero rebosa en mis mejillas,
mis manos se frotan sin descanso,
mirada titubeante, razón inquebrantable.
Sin aliento, pero no abatido.
Mis ojos se mecen
en una acuarela de tonos frívolos,
violentos pintores, trazos pesados,
un lienzo aturdido.
Mi alma se acuna en la seda de la esperanza,
adormecido en la basta inseguridad,
y sintiendo el brote de la quietud en mis huesos,
tomo el último aliento.
La niebla tajante se cuela en mi vestidura,
y avanzo sin resistencia,
entonces digo ahora, quemen los barcos.