El aroma de la tierra que seduce,
el sonido del río que aquietan los sentidos,
el agua que desciende por el cuerpo,
con la sutileza cómplice de la libertad,
preparando la entrega,
mientras el ambiente se contagia,
con el olor de duraznos y albaricoques,
dando paso a la intimidad.
A la sensualidad que brota de la respiración,
que se suspende y flota,
en el profundo consuelo del abrazo,
de la caricia que aguarda despierta,
el misterio de los párpados que se cierran,
de las manos que se abandonan,
al roce de la piel.
El tiempo que acelera las ansias,
la seguridad de mi cuerpo abrazado al tuyo,
en el supremo sentir del infinito,
de la eternidad cobijada de suspiros,
sublimes, ensimismados,
en la noche que espera sacrificios,
como rituales de asombro, eufóricos,
alimentado el deseo,
como cuando la tierra, recibe el agua,
para hacer germinar su vientre,
y alimentar la vida.