La niña guardaba al niño
como prendido del cuello.
El niño la había querido
y le dejó su pañuelo,
una prenda no de frío,
era prenda de deseo,
lo llevaba allí prendido
bien cuidado y sin enredos.
Al agua cayó el pañuelo.
“¡Al agua!” grito el barquero.
Cuando el niño se moría,
cuando no quedaba tiempo,
el niño dijo a la niña
con una voz de lamento:
“consérvalo y no me olvides,
a donde voy ya no vuelvo,
en él va lo que te quise,
pórtalo como recuerdo”.
Al agua cayó el pañuelo.
“¡Al agua!” grito el barquero.
La niña guardó su amor
a pesar del desespero,
pero el tiempo no paró,
ni la vida, ni los sueños,
y es que no tuvo caricias
con abrazos y con besos
que regaran la semilla
de su amor por el pañuelo.
Al agua cayó el pañuelo.
“¡Al agua!” grito el barquero.
Y la niña se durmió
en los brazos de Morfeo.
Dejó libre el corazón,
dejó el corazón abierto
y la nube del olvido
despacio le fue pudiendo
y se olvidó de aquel niño
que le tuvo sentimiento.
Al agua cayó el pañuelo.
“¡Al agua!” grito el barquero.
Y la niña bajó al río
con su pañuelo en el cuello,
preguntó si había sitio
en la barca del barquero,
y al barquero preguntando
soplo un aire de silencio
y el niño se fue volando
al igual que su pañuelo.
Al agua cayó el pañuelo.
“¡Al agua!” grito el barquero.