Nos callamos los insultos,
muchas veces por respeto;
nos callamos los dolores
aunque muerdan como perros.
Y callamos los pesares
sean nuevos, sean viejos,
como nos callamos todo,
sobre todo, los defectos.
Y a pesar de que callamos,
lo que aquí llevamos dentro
el silencio siempre grita
a través de algunos versos
que se llevan en el alma,
que se alojan en el pecho
porque siempre habrá salida
para el libre pensamiento
que produce la conciencia
en sosiego o desosiego.
Y la pluma se pronuncia,
con la tinta del tintero;
y se queda para siempre
como parte del libreto,
como parte de la vida
que transita los senderos
donde nunca nos callamos
los dolores del hambriento
e injusticias que pululan
arrastrando al cementerio.
Porque el bardo nunca calla,
aunque escriba en el silencio
de la noche más oscura,
a la luz del firmamento;
o entre sombras tenebrosas,
donde se ocultan los cuervos
con sus trajes emblemáticos,
con sus trajes siempre negros
celebrando mucho el fraude
mientras ríen de contento.
Y aplaudiendo resultados
van los más, contra los menos.
¡Qué ironías, qué ironías,
del dolor nunca aprendemos!