Ella se elevaba a la velocidad del viento
como una elegida mensajera de los Dioses,
y cual Iris dadora de luz al universo.
Ella miraba con el alba mirar de soles
y el cielo se alumbraba al paso de su hermosura
dejando estela brillante en arco de colores.
Desnuda y entregada al espejo de las nubes
ella cabalgaba a lomos de una luna blanca
y su melena desgrana auras de apuesto lustre.
Cuando despunta la aurora en sutil resplandor
ella acude marcial para prender mil centellas
que hacen del día vida y de la vida clamor.
Ella acoge al mundo con la voz de su silencio
como un duende errante presente en alegoría
llegando a todas partes y a todas partes yendo.