Alejandro sostenía una carta en una de sus manos
Estaba sentado en el espigón, bajo la farola del veredón
A la vera del rio dulce, en donde tantas veces
Junto a su amor contemplaron la salida del sol
Que se reflejaba como un rubí en el agua.
Yo no sé, si ese húmedo pañuelo que extrajo intentaba
Secar sus lágrimas, o tal vez solo quería ocultar su desdicha,
Esquivando las miradas ajenas, fue pasando la tarde,
Ese deseo de gritar su nombre, murió en su garganta,
Tenía la fantasía de mirar al horizonte y ver la silueta
De su amada que viene a su encuentro.
Envuelto en tristeza, camina lento a ninguna parte
Lleva desnudo su corazón que tiembla con solo recordarla,
Se encienden las luces caída la tarde,
Aunque la oscuridad sea eterna en su alma.
El viejo Alejandro haciéndole trampas a la realidad
Viene todas las tardes al mismo lugar
Siente la presencia de su esposa
Que hace ya tiempo se fue a la eternidad.