Luis Ernesto Hernández Aguirre

ALE JACTA EST

Montando su brioso caballo

Julio se acercaba seguro

a aquella frontera prohibida,

la antigua ribera perdida

del Río Rubicón obscuro

en su incesante fluir callado,

va conduciendo a sus soldados

-severo ejército cual muro-,

que hacia lo desconocido iban

en esa marcha pretendida

con la templanza de un escudo

para engrandecer sus estados.

 

Once de enero fechado

del antiguo pasado inconcluso

cuando a Pompeyo requería

la cesión de su patria rendida

sin condicionantes ocultos,

sin más restricción ni letargo,

van presurosos los vasallos

del Cesar que domina al mundo

con preocupación y prisa

a prevenir sin cortapisas

las amenazas que el orgullo

acarreará sin reparo,

pues si decide dar el paso

de romper el fin de sus rumbos

y pasar la frontera indebida,

se enfrentará a la furiosa ira

de los optimates insulsos

que harán la guerra sin retardo,

responde sereno y gallardo

aquel Gobernador astuto

de las remotas Galias temidas,

quien su terruño extendería

a las laderas del Vesubio

por los Celtas conquistado:

 

“Cruzar el Rio, es hoy mi mandato,

pues sin temor ahora empuño

la mayor causa de mi vida

que habrá de ser revestida

de dulce gloria y negro luto,

de aflicción y desamparo.

¡Alea Jacta Est!, -he pronunciado-

pues la fortuna que disputo

en mi azarosa acometida

ha sido ya bendecida

por los viejos dioses ocultos

que a mi suerte han apostado.”