Montando su brioso caballo
Julio se acercaba seguro
a aquella frontera prohibida,
la antigua ribera perdida
del Río Rubicón obscuro
en su incesante fluir callado,
va conduciendo a sus soldados
-severo ejército cual muro-,
que hacia lo desconocido iban
en esa marcha pretendida
con la templanza de un escudo
para engrandecer sus estados.
Once de enero fechado
del antiguo pasado inconcluso
cuando a Pompeyo requería
la cesión de su patria rendida
sin condicionantes ocultos,
sin más restricción ni letargo,
van presurosos los vasallos
del Cesar que domina al mundo
con preocupación y prisa
a prevenir sin cortapisas
las amenazas que el orgullo
acarreará sin reparo,
pues si decide dar el paso
de romper el fin de sus rumbos
y pasar la frontera indebida,
se enfrentará a la furiosa ira
de los optimates insulsos
que harán la guerra sin retardo,
responde sereno y gallardo
aquel Gobernador astuto
de las remotas Galias temidas,
quien su terruño extendería
a las laderas del Vesubio
por los Celtas conquistado:
“Cruzar el Rio, es hoy mi mandato,
pues sin temor ahora empuño
la mayor causa de mi vida
que habrá de ser revestida
de dulce gloria y negro luto,
de aflicción y desamparo.
¡Alea Jacta Est!, -he pronunciado-
pues la fortuna que disputo
en mi azarosa acometida
ha sido ya bendecida
por los viejos dioses ocultos
que a mi suerte han apostado.”