Sebastián B.

Bellis perennis

Mi margarita, mi flor adorada, mi dulce
flor de pétalos blancos, ahora; mi flor
favorita.
Déjame tomarte suavemente y
trasplantarte; de tu lejana y alta colina
hasta mi atípico y maniatado corazón
para que allí florezca nuestro amor; un
amor puro, sempiterno, caótico,
fulgurante, apasionante, delicado, real e
insondable.
Un amor que solo puede ser entre ambos,
solo entre tú y yo.
Mi pequeña margarita, déjame ser el
rocío que moje ligeramente tu estigma
todas las mañanas, déjame ser las gotas de
lluvia que rieguen en ti agua divina caída
del cielo, agua de mi vida para que no te
mueras.
Déjame cuidarte y podar de ti hojas que
secas se quiebran, hojas de otoño que
siempre van a llegar, hojas que
simplemente caen y después te
abandonan.

Déjame contemplarte en todas

las estaciones, en los días fríos y grises y

también en los cálidos y carmesíes.

Querida margarita mía,

déjame hacer que broten de ti pequeños destellos de amor,

déjame ser la clorofila que alimente tú existencia,

déjame ser el aire que respiras.

Déjame darte mi aire y mi vida,

pues tú no necesitas maceta con tierra para florecer,

solo quédate plantada en mi corazón

y has simbiosis entre tus raíces y mis venas,

entre tu sabía y mi sangre,

entre tus pétalos y mis besos,

entre tu tallo y mis brazos para que nunca nos haga falta amor.

Arráigate a mi cuerpo para siempre y jamás morirás.

Margarita, pequeña margarita, eres como
la rosa de la que un principito se
enamoró, eres como la divinidad que
decidió vivir una vida mortal con su
único amor, eres como el vástago de la
lluvia y el sol al besarse, eres como el
amanecer de colores infinitos que veo al
despertarme, eres como la luna a la que
los ancestros adoraron desde que el
tiempo empezó a forjarse.

Tú mi amor eres mi flor favorita, mi
cálida y embellecida flor, el reflejo de mi
existencia, y la razón de mi permanencia,
eres el amor de mi alma, eres tú, mi
último, mi inefable amor.