Una gaviota se pasa la vida volando
sobre el puente que vemos
de acero y cemento forjado,
sobre el barco que pasa navegando
por sus ojos abiertos al trafico,
sobre los pescadores
que lanzan las cañas
para ver si sacan algún pescado,
sobre los enamorados
que repiten gestos enseñados.
Todo en ello
parece de una película sacado.
Una gaviota vive vigilando
a un mundo
que aunque se mueva
y por sus ojos pase a diario,
no adivina a entender
que es aquello que le llega
cómo regalo.
Un mundo ante nosotros
pasa volando
y en él
los seres humanos naufragamos.
Somos algo parecido
a las estatuas de mármol
con la diferencia
de que si nos movemos y gesticulamos,
si pensamos, odiamos y amamos
es simplemente porque con un soplo
de algo divino nos llenaron.
Y pasarán las gaviotas y
dejarán sobre los acantilados
sus bellos vuelos planeando,
ascendiendo por las corrientes,
entrando en el mar
para ser las reinas
de los cuadros al oleo pintados
con ellas en los lienzos
surcando los espacios,
y supongamos
que nosotros por allí vagamos
contemplando lo que nos es negado.