Hay una hora sin minutos donde el reloj no llega. Una hora oscura y honda entre una tarde de sombras y una noche de lunas sin estrellas.
Hay una hora indescriptible, donde la palabra se rompe. Una hora oculta, silenciosa y presente.
Una hora de espinas sin pétalos ni aromas. Una hora que cuelga desnuda, donde tampoco llegan las penas.
Hay una hora indecible, sin nombre ni rostro que inexorablemente nos espera. Son sesenta minutos de pena.