Que más me da ser marinero de agua
dulce, si me alimento de las víboras
que pastan en el lecho del río.
Con esa mala semilla construyo barcos
hechos de mil palillos astillados.
Cuando embarranco en algún canchal
lleno de carroña, me sumerjo en el
fondo de mis desdichas y salgo a la
superficie recién duchado y peinado.
Me presento ante todos con la impagable
sonrisa de un triunfador, aunque la
trastienda esté deshecha y llena de arrugas.
Desde la misma orilla de unos mismos charcos de
una fugaz lluvia de verano angosto, salgo de nuevo
a navegar con un timón de cemento y una
brújula de juguete a pilas alcalinas, huyendo
de leprosos chistes y evitando la cada vez más estrecha
distancia frente al mar de la negra penuria.