Reliquias místicas de mi alma,
soledad reflexiva apreciando tu belleza,
eres luna estrellada y yo hada encantada,
atardecer doliente en mi pupila.
Somos dos hojas de otoño que caen juntas,
un alma ardiente en un banco helado,
dos corazones latiendo en la cañada de la vida,
dos cuerpos en uno, felicidad divina.
Soy el banco de la plaza,
donde te sientas a reposar tu cansancio,
siento circular tu sangre, por tus venas azules,
como azul es el cielo que nos contempla.
Ese banco donde ves romperse las olas,
y yo siento tus emociones muy dentro,
donde enraízan;
tú, cuerpo de amapola,
yo el agua y el abono que te alimenta
en los días de calma tensa.
Mar salada , cresta de ola, amante divina,
luna de noche estrellada, inocencia de un niño
en su cama, con sus sueños, con sus miedos
con sus recuerdos de la mañana.
Bosque denso, tallo tierno, rosal abierto
así te siento en mi morada,
viendo la luna reflejada en el agua;
silencio nocturno hasta la alborada.
Amor sin sufrimiento, quimera del corazón,
noche alborotada, te ilumina el amor
como a las piedras de una torre, al campanario
de la iglesia o al romanticismo de Espronceda.
Allí, los dos, abrazados, inmóviles
en aquel banco donde se inició
el ocaso del día,
y perduró hasta la alborada, con la luz de la luna,
iluminando nuestras vidas.