Lea Nieves Torres

El amor y la noche...

Anochece. La noche tiende su manto pletórico de astros en el confín del cielo. Selene, la luna coronada de estrellas,  sonríe en su carruaje tachonado de luceros  fugaces que sonríen a la luna radiante, vestida con mil velos del Cosmos oscilante, Cosmos que toca una bella sinfonía al paso de la diosa. 

Tú y yo, amado mío, bajo el azul del cielo que consiente a la luna... Te miro a los ojos. Hay un lago azul sereno, en el profundo abismo de tus ojos; en el marco romano de tus pestañas aletean dos cuervos negros, perpetuando su belleza debajo del arco negro de tus cejas de ensueño, cejas que semejan un águila lista para emprender el vuelo.Tu Estampa de guerrero,  sacado de las nébulas del sueño, alegra con su presencia el paisaje de mi vida.

En nuestra estancia una mesa para dos, bajo la luz vibrante de las velas rojas... Una botella de rojo vino, dos copas de cristal y, nuestras manos, unidas, se preparan para El brindis del amor... Te miro. ¡Qué hermoso eres amado mío! _pienso, mientras escucho el rumor de cascada del vino vertido sobre las copas de cristal- y tú adivinando mi pensamiento murmuras a mi oído: ¡Qué hermosa eres amada mía! Vertido el vino sobre las copas de cristal y percibido el rumor de cascada en su instantáneo manantial, nuestros labios sedientos se funden en un beso eterno. Abrazados danzamos, mientras el río tenue de la música invade lentamente nuestros sentidos; nuestros brazos semejan lazos que anudan nuestros cuerpos, mientras nuestras voces susurran mil te amo. Mis manos acarician tu cabeza, tu cara, tu cuello, bajan hasta tu pecho palpitante... Tus manos acarician mi cabeza, mi cara mi cuello y se detienen en las dos montañas de mi pecho palpitante y tú y yo nos sumergimos en un mar de caricias prohibidas...

Por el pedacito de cielo que se cuela por la ventana de nuestra habitación, Selene, la Luna sonríe mientras tú y yo compartimos un lecho para dos. No se distinguen los límites de nuestros cuerpos que se funden en un río de amor y fantasía mientras subes a mis montañas y sientes el fluir acariciante del perfume de las flores de mis jardines sembrados especialmente para ti. Siento el fluir acariciante de tu perfume de guardián de los de mis bosques, donde, bajo el manto de la noche, brilla el centelleo de las hojas hijas de las frondas de los árboles cubiertas de mil perlinas gotas de rocío, mientras sus criaturas duermen y tú, amado mío, estás conmigo y yo, tu amada, estoy contigo; te confieso que, tú eres, amado mío, el más bello de mis versos. Muy quedo, te sumerges en mis abismos y nuestros cuerpos danzan al unísono hasta caer vencidos en esta locura de amor, locura que se asemeja a la muerte, donde juntos tocamos el cielo con nuestros dedos, justo allí donde nace la luz...