Terror, dolor y muerte,
inhumanas mandíbulas de fango,
cenizas radioactivas en las miradas
y en todo lo que se respira.
Caigo a las madrugadas del tiempo, del pasado,
como errante resonancia del eco
de la historia del hombre en el Universo,
Gernikas y Nagasakis, Tsunamis.
Y ahora vuelvo a llorar con Fukushima,
como siempre he llorado.
El aire es de llagas con adornos de oxígeno
en Japón con sus miles de esquelas.
Trombas de Padres Nuestros
que no son oraciones,
cabalgando sobre corceles apocalípticos
de holocaustos luciferinos.
Ahora y en la hora de nuestra muerte,
esa plegaria que para algunos no vale,
donde nadie besa el suelo ni el aire.
La línea de la vida es un instante.
El Ángel bueno ha muerto,
y el Cielo se llena de sangre.
Los corderos han subido
al Monte de los Sacrificios.
¿Quién mueve los hilos?