Tristeza que se enreda en mi cuerpo,
lámpara que cuelga desnuda,
batallas pérdidas, en la nostalgia
de la melancolía devastada.
Un amor sin pétalos, lleno de espinas,
aromas agrios, venas que no fluyen
en esta pertrecha vida, de pasiones turgentes,
en la que estoy sumido.
Me tienes roto el corazón, quisiera pegarlo
con algo de ternura, de auroras brillando
en alguna esquina; cansado estoy
de sombras y noches frías, tuberías congeladas,
como el invierno de mi línea del tiempo.
En mí perviven, rostros retrospectivos,
decisiones embriagadas, traicionadas
por acciones donde ni siquiera llegan las penas
crepúsculo enmohecido, trinar enloquecido,
silencio derruido.
Vivo en una hoguera de muerte,
en cavernas de murciélagos
con oscuridad eterna,
desnudo estoy entre paredes de blasfemia.
Humedades generadoras de muros de musgo,
dejadme florecer, vagando por espirales de sueño,
abismos de bondad, tapando las puertas melancólicas,
destruyendo los ocasos de nubes oscuras.
Llama brotando de mi pecho,
buscando abrir la puerta de la alegría,
de la bondad hacia la vida;
encontrando siempre el candado,
de la cancela cerrado.