Eran mis tiempos de treintañero
reprochando al invierno su llegada
recriminando al verano su partida
como si viviera a la orilla de la nada
me deslumbraba el amor que no esperaba.
Insensato apocalipsis de mi ser
imaginaba el despertar con los parpados sellados
para recurrir al murmullo del silencio
en lugar de gritar mis propios versos
Era un pobre finado del ahora
acumulando rencor a mis espaldas
como testamento del ayer entre vacíos
que encontraban perfección en la mentira
ofreciendo caricias y ternuras
cuando la piel imperturbable se exfoliaba
no había causas de dolor ni de alegrías
solo la desnudez en su lapida fría
No se es feliz en la treintena
cuando se escriben cartas a difuntos
y las manos estériles niegan tu nombre
confundiendo la noche y la mañana
entre sabanas mortuorias sin abrigo
despertando constreñido y sin latidos
apuntalando un muro de cenizas
junto al sofá que está en la alcoba
Eran mis tiempos de oídos sordos
aceptando el privilegio de mi sexo
como tallo vacilante en la ventisca
asintiendo con la cabeza la partida
de la hora crucial en que decía
el amor llegara si estoy con vida
Sin tañer de campanas ni algarabía
treinta años después llego la dicha
de encontrar mi realidad sobre mis canas
encontrando perfección en la aventura
de alcanzar el amor entre viejeras
comprendiendo la caricia y la ternura
que se entrega en libertad bajo la luna