Enrique del Nilo

LA ÚLTIMA ESTRELLA

La lluvia acaricia con su beso

la faz de la polvorienta calle

que tiende sus brazos

sobre la perfumada sábana de tejas y asfalto

 

Por los pulidos cristales de la esquina

asoman furtivos los ojitos de María

que pretende adivinar la primera estrella;

 

La bóveda azul se estremece

con ensordecedores truenos

que rasgan con fuego el grisáceo telón

que se desparrama en una tormenta

que acaricia,

que azota

que fertiliza,

que destroza,

que promete,

que arrebata

 

Pero los chispeantes ojitos de María

siguen al acecho tras los cristales…

ella sueña que tras toda tempestad

viene una nirvánica calma

y con impaciencia la espera

mientras la furia de la tormenta se desata

 

Es estruendo de los truenos

con su resplandor explosivo

le obliga a apuñar los ojitos

y cuando vuelve a iluminar el cielo

con su límpida y angelical mirada

su impaciente curiosidad

vuelve a lanzarse

a los infinitos desconocidos

en procura de esa primera estrella

que ella sabe tras los pesados y negros nubarrones

 

A sus escasas primaveras

esa tormenta que ahora azota la aldea

le atormenta día con día…

y noche con noche

 

Es un dolor calcinante

del que desconoce motivo

le han dicho que el dolor es un castigo

pero ella ignora que falta haya cometido

 

Mira en los ojos de sus padres

amenazantes tormentas

prestas a derramarse

mientras las cálidas manos

acarician la blonda cabellera

inexistente

 

y cuando la tormenta interna de su dolor

explota en truenos y relámpagos

apuña sus párpados

pretendiendo retener

esos hermosos luceros

que brillan cada noche tras los cristales

de la inmaculada ventana

en procura de atrapar

la primera estrella

que por el tobogán de la noche

se precipite

 

***

 

De aquella nocturna tormenta

han pasado algunas lunas llenas;

la pulcra ventana

sigue ahí asomada

aunque ahora resguardada por blonda negra

como si aquella noche

se viniera sobre el cristal a refugiar

 

bajo el mustio farol de esta esquina

sigue mi lánguida mirada contemplando

los achispados luceros

que María le prestaba a la noche

cuando la caprichosa nube

aprisionaba las altas estrellas

 

para María terminó la tormenta

y la tempestad de dolor que su cuerpecito sacudía

ahora atormenta mi garganta

mientras se amenazan tormentas

desde mis apagadas pupilas

pretendiendo ahora yo divisar

esos hermosos luceros

que detrás de los cristales

añoraban la primera estrella de la noche

cuando ella… ¡ella era la primera estrella!