La lluvia acaricia con su beso
la faz de la polvorienta calle
que tiende sus brazos
sobre la perfumada sábana de tejas y asfalto
Por los pulidos cristales de la esquina
asoman furtivos los ojitos de María
que pretende adivinar la primera estrella;
La bóveda azul se estremece
con ensordecedores truenos
que rasgan con fuego el grisáceo telón
que se desparrama en una tormenta
que acaricia,
que azota
que fertiliza,
que destroza,
que promete,
que arrebata
Pero los chispeantes ojitos de María
siguen al acecho tras los cristales…
ella sueña que tras toda tempestad
viene una nirvánica calma
y con impaciencia la espera
mientras la furia de la tormenta se desata
Es estruendo de los truenos
con su resplandor explosivo
le obliga a apuñar los ojitos
y cuando vuelve a iluminar el cielo
con su límpida y angelical mirada
su impaciente curiosidad
vuelve a lanzarse
a los infinitos desconocidos
en procura de esa primera estrella
que ella sabe tras los pesados y negros nubarrones
A sus escasas primaveras
esa tormenta que ahora azota la aldea
le atormenta día con día…
y noche con noche
Es un dolor calcinante
del que desconoce motivo
le han dicho que el dolor es un castigo
pero ella ignora que falta haya cometido
Mira en los ojos de sus padres
amenazantes tormentas
prestas a derramarse
mientras las cálidas manos
acarician la blonda cabellera
inexistente
y cuando la tormenta interna de su dolor
explota en truenos y relámpagos
apuña sus párpados
pretendiendo retener
esos hermosos luceros
que brillan cada noche tras los cristales
de la inmaculada ventana
en procura de atrapar
la primera estrella
que por el tobogán de la noche
se precipite
***
De aquella nocturna tormenta
han pasado algunas lunas llenas;
la pulcra ventana
sigue ahí asomada
aunque ahora resguardada por blonda negra
como si aquella noche
se viniera sobre el cristal a refugiar
bajo el mustio farol de esta esquina
sigue mi lánguida mirada contemplando
los achispados luceros
que María le prestaba a la noche
cuando la caprichosa nube
aprisionaba las altas estrellas
para María terminó la tormenta
y la tempestad de dolor que su cuerpecito sacudía
ahora atormenta mi garganta
mientras se amenazan tormentas
desde mis apagadas pupilas
pretendiendo ahora yo divisar
esos hermosos luceros
que detrás de los cristales
añoraban la primera estrella de la noche
cuando ella… ¡ella era la primera estrella!