Ismael Sgar

SUEÑOS EN PIJAMA

Allá donde una tarde sepultaron a los

muros de la vieja y noble Helmántica

se levantaba una salvaje montaña de ladrillos,

balcones abonados al vértigo y vanos en

permanente peligro de oxidación.

Un caserón domesticado a base de cerveza

y miles de letras en todas direcciones,

con dos que hacíamos siempre tres,

y un entero mundo solo de nosotros.

A oscuras todo era confuso, suave,

sin prejuicios, pura mezcla sin cortar.

En la luz, todo era el mismo sueño infinito.

Las vistas de aquella intensa vida daban a

un pasado lejano, a un futuro sin cortapisas

y a un intenso mar al Este,

con una isla de lumbre al fondo.

Y el vecindario era un amable mudo

sin demasiado rumbo fijo en la lluvia,

porque todos los días eran una fiesta de

reinventarse la vida, aunque esta, en

ocasiones, fuese calma vestida de blanco.

Sólo nuestro calor bastaba para hacer

callar a los cansados radiadores,

sintiendo como nuestras pulsaciones

eran el reloj que marcaba aquellos difusos

excesos, dechados de una destilada felicidad

de recuerdos obscenamente bellos.