Con el sol naciente, su día empieza,
la enfermera, valiente y reza,
cuida a cada paciente con entrega,
su luz en la oscuridad, una vera.
En la primera hora, revisa a los enfermos,
escucha sus quejas, seca sus tormentos,
con manos suaves y palabras que calman,
alivia sus dolores, su amor se derrama.
La segunda hora trae un giro esperado,
cambio de turno, registro anotado,
breve pausa para un breve respiro,
antes de volver al deber, sin retiro.
En la tercera hora, enfrenta un desafío,
una crisis, un llanto, un frenesí frío,
actúa con valentía, su corazón fuerte,
en la danza de la vida, siempre acierte.
En la cuarta hora, los ancianos atiende,
les brinda calma, consuelo, no entiende,
cada arruga es historia, cada gesto es amor,
en cada mirada, ella encuentra su honor.
La quinta hora la lleva al quirófano,
precisa, atenta, en su rol sobrehumano,
asiste al cirujano, asiste al doliente,
en esta danza de vida, siempre presente.
La sexta hora, llega el fin de su día,
pero aún queda tarea, no hay disminuía,
hasta el último instante, su luz nunca se aleja,
en su alma y en sus pasos, una entrega.