Un ramo de crisantemos por la puerta se asoma.
Las manos que los llevan se estremecen.
Los nervios son el rayo que recorre sus piernas.
La emoción como tormenta florece.
Sus pasos son lentos, casi eternos.
Su vestido blanco brilla como perlas.
Como perlas de un tesoro escondido.
Escondido en lo profundo de la tierra.
Sus manos sudan, su pecho late,
su amor arrasa como un torbellino.
Pero el tiempo pasa, como pobre errante.
Las flores se marchitan,
se pierden en el camino.
Solo queda el rastro brillante,
que dejó su vestido aquella noche.
Una noche de tormenta como no se ha visto,
Como cada 20 de febrero, que aún recuerdo
La dicha de haberla amado,
y el dolor de haberla perdido.