No sé yo mismo lo que sigue
e improviso
un ejercicio de autoestima
sin compromiso con mi estirpe
de chicos en ruinas,
cadáveres vivos
que todavía destilan sus síntomas,
que el destino arrincona
por si así los desinfla
y se vuelven más dóciles
y cumplen las normas
que les pongan imbéciles
sin que respondan ni tercien
más en su hipnosis
ya crónica,
y sin que esto les cueste
ningún esfuerzo a los otros
deciden servirles,
maldito aquel día
que no cogisteis los rifles
para practicar puntería
con los pocos felices
que os cedieron un sitio
competido por bíceps
con el ruido de que las lombrices
suspiran e imposibles matices
que ahora humillan la avenida
con su rango de grises
que enseguida deliran
y se pierden sus fines
en el azar, lo incognoscible:
el vacío de los que conspiran
los prohíbe
y hace inútil
otra tentativa.