En los trazos del atardecer se revelan códices,
anagramas y signos que se embriagan de mil constelaciones.
El ocaso es un vórtice al álgebra suprema,
trabalenguas cósmico por donde resuenan las hadas.
Las luciérnagas no tardan en adherirse a esta aritmética de pétalos místicos,
a la suma de símbolos y señales que emana del binomio: luz y obscuridad.