Con una proporción descomunal desarrollaban
esclavizadores a menudo la malignidad.
Como cuando no dejaban que, ni al menos en chanza,
esclavizados durmieran. Todo por aquellos pensar
que ya dormidos los Negros oprimidos
podrían soñar, ¡solo soñar!, que ya eran manumisos;
que habían cogido el ambicionado camino
que los condujese a la realidad
de hallarse al margen de desalmados suplicios
que al lado de ‘amos’ los solían pasar.
Con ese impedirles no pegar los ojos corroboraron
esos endemoniados que a mala hora recalaron
en la Tierra para ser –¡pachucho!- salvajes
peores que hienas, que pirañas, que chacales,
o que caimanes muriendo de hambre.
Pero aun así esos monstruos presumían ser
integrantes de la especie humana,
cuando con precisión no eran sino una parranda de
nauseabundas alimañas
que canibalismo social –y físico- con saña consumaban.