Creo que no tengo nada más que decir, excepto que, el dolor sigue ahí, suspendido en el aire, aferrándose a su escondite, atacando en la noche, haciéndome temblar de miedo, haciéndome imaginar circunstancias tristes, de gente a la que quiero.
Se presenta como fenómenos del sueño, acariciando con sus garras los rincones más vagos de mi esqueleto, me hace soñar cosas sobre ataúdes, incienso, lirios, coronas de flores, gente que llora en los panteones.
Ahora que llega esta época, el otoño ascendente a invierno, me cuesta cerrar los ojos, me da lástima ver que los días se hacen más cortos y que me invaden los pensamientos, esos de que nada tendrá un final feliz, esto, yo, no importará.
Pienso en qué más da si uno muere en la tarde o en la noche, quizás en la mañana, total, las madrugadas ya no son para nadie, quiero decir, si muero dormido, nadie se dará cuenta hasta que den con mi cuerpo frío a la luz matinal de un domingo.
Pero no es solo eso, es la soledad en la que me imagino, qué más da si muero un sábado, o un día festivo, lunes no, todos están ocupados, no habría nadie de quien tomarse de la mano para ser valiente ante la oscuridad inminente de mi corazón debilitante.
No quiero que esto se acabe, sé muy bien que sentir el amor hecho cenizas escuece más que una espina en el paladar, irse agusanando hasta que el hervidero de larvas te despierte de un beso en los parpados y darte cuenta que no es cierto alivia más que quitarte esa espina, la del paladar.
Para mí es fácil decir, el no querer morir ahora ni nunca pero no sé cuál será ese día en que ya no sienta esto que siento ahora, ya sabes, el instinto de supervivencia y querer ocultarse de las quimeras, con las sábanas cubriéndome la cabeza, cuando será ese día, el día que pierda la conciencia.