Morí en diciembre, cuando el agua se hacía escarcha, cuando los vientos hacían tambalear las casas de madera, en donde viven las personas que no conocen la esperanza, un diciembre sin sol y sin noche buena, uno donde el tiempo era para que el corazón se detuviera.
Morí allá, bajo las cobijas húmedas de la brisa, que cubren las apneas del sueño y los suspiros del desconsuelo, entreverado por las trampas de la vida y ahogado por el alcohol de mesa.
Lo que no supe nunca, lo sé ahora, tarde o temprano lo que hacía me terminaría matando, cuantas veces recibí tu correspondencia Roel, y no hice caso, te ignoré y algunas veces hasta me reí de tu inocencia, de tus cartas tratando de curar mis entrañas, Roel, te abandoné en la frontera, donde los sueños se desprenden de su tierra, allá en Tijuana, donde recordar es vivir mi muerte como si fuera la tuya, llenándote de arena las pestañas, haciendo gris el moño negro del dintel en el que se posan las mariposas que nacen en las raíces de mi tumba.