Escribo esto un veintiséis de febrero del dos mil veinticuatro. Yo debí de haber muerto el día 11 de febrero alrededor de las 00:00 y 01:00 horas.
Toda la semana anterior a mi supuesta muerte, viví todo por última vez y se sintió un alivio fascinante.
Lunes.
Ese día fue la última vez que iba a amanecer en lunes. Iba a escuchar a esos pájaros cantar por última vez, me iba vestir de esa manera por última vez, iba a desayunar por última vez en lunes… Y así innumerables situaciones me pasaban por la cabeza.
Ir a trabajar por última vez, salir temprano por penúltima vez y ver a todos mis compañeros de clase. En las 24 horas del día, siendo aproximadamente 16 horas efectivas, la sensación de alivio e impresión se apoderaba cada vez más de mí.
Soporté y viví intensamente ese último lunes. Añoraba el viernes, penúltimo día antes de mi muerte.