En mi muerte, no deseo el descanso eterno.
El sonar de las olas atormenta mi alma.
Si en mi vida, la paz sobrepasa a un infierno.
¡Mi dios, te lo ruego, no me mandes más calma!
Bruma es la paz, que con soledad se acompaña.
Me aflige por dentro la quietud de su andar.
Me frustra la mente su sembrar de cizaña.
Su misión sólo es guerra; y su guerra es callar.
Vivo en las rejas de una impasible quietud,
una celda que existe solo en mi consciencia.
Siento fallecer sin entrar en mi ataúd,
tirado entre pensares, muerto de impaciencia.