Llegué a mi casa con una causa nauseabunda.
Era la generosa forma de explicarme el fracaso.
Tenia detrás de mi las horas marcadas en papeles olvidados.
Arrolladoras costumbres del alma domada.
Horas oscuras de jinete vencido.
Tumba triste de quien se muere antes de morirse.
Ante mi había un libro y sus hojas pasaban
con un aire que no se de donde venia,
y los dos nos reímos.
Nos mordíamos la cara en sonrisas.
Fue la juerga largo rato y fueron jazmines de colores.
Las pestañas se me fueron camino abajo
de la sonrisa sedienta que puebla mis gestos.
Y entonces me dije por que no un Black Label.
Por qué no sumergir las preguntas en un poco de alcohol.
Como un labriego que planta pianos en el barbecho
y los riega con calendarios de veneno.
Para desinfectarse.
Y así y entonces me fui a reírme con mis penas
(no sé si serán las tuyas)
y al final acabé bailando encima de mi cama
con el compás desafinado por esta lluvia de azufre.
Mañana nadaré entre las campanas de lo pasado.
Tendré velocidades distintas en este corazón sumergido.
Y me diré, le diré, no sé a quien, gracias por mantenerme.
Y así seré un dios que rige su destino y buscaré mi cementerio
en medio de preguntas que nacen a borbotones
en medio de esta juerga que yo me concedo.
Y me acostaré con la paz y me levantaré con la guerra.
Yo suelo reírme entre huesos olvidados de este transito que soporto.
¿Reírme?
Es poco.
Se me baja la piel a los pies, sin oxigeno.
Me rio de ti y de mi.
Hay huracanes de gelatina próxima
en cada conducta que busco
y en cada siniestro color que me concede el transito..
¡ay!
Que poco soy recontracoño.
¡Y como navegan los barcos de mi juerga y vida en medio del destino!