RENNY LOYO

El Camino del Dairen

El camino que lleva a las torres del urbanismo, la gente que transita por él, le llaman el Dairen. Es como un hilo alargado con varias curvas, las cuales no se pueden ver más allá, porque las varas o plantas de hojas puntiagudas como espadas, no les dejan ver. El paisaje, aunque tranquilo, cuando la briza inicia su bailoteo de aquí para allá y de allá para acá, las mueve danzantes como mujeres hawaianas en su melodioso bailar. A pesar del tranquilo ambiente, el peligro acecha en nuestras mentes. La inseguridad subjetiva hace mella y nos obliga a rezar un padre nuestro, mirando hacia atrás y hacia adelante, como para que nadie note, nuestro temor.  El hilillo que conduce a las torres, da la sensación de un abismo de lado a lado. Al principio es así, pero no es grande la hondonada.

Una laguna maloliente, llena de desperdicios, nos inspira recuerdos de muchachos. Sin darse cuenta de los peligros que acechan a la laguna contaminada, los pequeños del barrio, donde ella, en un tiempo, dio abundante pesca, se bañan y alborozados, llenan de alegría, algunas tardes el camino del Dairen.  

Los perros cuidan su territorio, vigilan a la distancia a los extraños animales que intentan propasarse a territorios desconocidos. Los gatos brincan de un lado al otro. De vez en cuando, una iguana grandísima pasa de un lado a otro, como si conociera el peligro que le acecha, se apura en su andar.  La gente que trabaja pasa tempranito por ese camino. Los estudiantes descuidados con sus celulares, caminan como sonámbulos, quizás porque se lo conocen de memoria. En las tardes, algunas veces encontramos personas que se dedican a pescar. Eso ocurre cuando la bolsa del CLAP, tiene días de retraso. Sardinitas son atrapadas a través de anzuelos y carnadas preparadas, con gusanos rojos que abundan en la orilla negra y húmeda de la laguna.

Aunque estamos en una zona llanera, pocas palmas y morichales se ven por estos lados. Ni matas de flores, ni araguaneyes, ni frutales se ven a lo largo del hilo del camino. Solo rellenos y escombros, como si un misil hubiera revuelto la tierra y escarbado de ella un bunker de concreto y las hubiese levantado.

Por las tardes, incendiarias manos le prenden fuego al monte que da al camino del Dairen, quemándolo todo, la basura y el monte. El humo invade las torres cercanas. Las ventanas y puertas, se cierran apresuradamente. Las llamas se levantan como a seis metros de altura. Es el llano en llamas. Las alergias se alborotan, unos maldicen y otros se conforman encerrándose en los cuartos con aires, para salir como a las 9, a respirar aire fresco con olor a quemadura. Esta rutina se repite semanalmente, y el Dairen, sigue alli, como un hilillo que se curvea y se pierde en la noche oscura, acechando con sus miedos a los transeúntes furtivos que tarde los agarró la noche y arriesgando sus vidas la transitan bajo rezos.