El verso libre es
como jugar al tenis
sin red. Se puede jugar,
pero no es tan divertido.
—Robert Frost.
Lo que ahora se llama poema
ha sido siempre prosa. La métrica
ha perdido su vigencia como el matrimonio
va muriendo a paso seguro pero lento.
Lo que ahora se llama poema
es un desempeño en prosa que no es
ni cuento ni novela, o podría ser parte
de ellos si el personaje se interioriza
y empieza a hablar de lo que siente
en algún momento, eso sí, de manera
bella, que produzca en el lector un efecto
estético asimilable a un estado extático.
Lo que ahora se llama poema
no sabría dónde encasillarlo, no acertaría
a categorizarlo ni como verdura ni como fruta,
ni como carne ni como pescado, ni como chicha
ni como limoná, sino como una mezcla difusa
de todo el género que se ofrece en mercado literario
que se tercie, un cajón de sastre donde todo vale
y nada importa. La regla está en fluir,
en decir lo que por la cabeza pase, eso sí,
con destreza y arte, que parezca que un escritor
de esos de cartel lo haya escrito, de los que venden
su género en los principales mentideros de todos
los orbes habidos y por haber.
Lo que ahora se llama poema
es un constructo que cualquier purista
—y en esta casa hay unos cuantos— abominaría
y haría cruces, vade retros e imprecaciones
implorando castigos severos para los autores
por herejes, pena de muerte sumarísima, capirote
amarillo y ejecución en la plaza mayor del pueblo.
Lo que ahora se llama poema
es una aberración de la que participo
y hago gala en el espacio que a mi disposición
se abre en este foro que con alma termina
y con poema empieza, y que entre medias
media una preposición que con solo dos letras
une en unión a estas dos palabras: Poemas y Alma,
dos letras que inDican pertEnencia o dirección.
Esto que escribo, como salta a la vista,
es una muestra de lo que ahora se llama poesía.