Hubiese preferido morir
antes que dejaras
de amar a quien
dio todo por ti.
Feliz y liviano
hubiera volado,
surcando cielos
freudianos,
al unísono,
con Dios de la mano.
Hubiese vivido tranquilo
mi atardecer,
andando el sendero
del inevitable anochecer,
más la nocturnal ruptura,
matiz arcano
de la vicisitud,
marchitó la florencia
del jardín en su quietud