Estoy totalmente confundido. La brisa fresca del mes de febrero perturba la tranquilidad del urbanismo. El hilillo que conduce al camino del Dairen, va desapareciendo poco a poco, como si una mano invisible la borrara intencionalmente, pero cuando se transita por él, sigue alli, marcando el rumbo, hasta la salida que es una montaña de basura, dividida por una zanja a la que hay que cruzar a traves de unos tablones banboleantes, que impregnan de peligro el cuerpo nervioso del humano preocupado por el tiempo torturante que avanza, sigiloso, dejando atras la huella del presente. En febrero ocurren y han ocurrido acontemientos nacionales que es dificil olvidar. Un 27 de febrero, una masa deforme, agresiva y hambrienta de rabia, tomó la ciudad, la desbarató, la desnudó y la dejó descarnada en su pudor, casi con las manos sollozantes, la ciudad pedia paz, pero el plomo insensible marcaba el rumbo desigual de una batalla que incumbia a todos. También un 4 de febrero se adornó de metrallas y tanques y walki tokis, para recibir las ordenes de la venganza, soldados que levantaron la voz de los sin voz, pero desperdiciaron la oportunidad de otros de continuar viviendo en la ignominia. Ahora, febrero ya no es tan escandaloso, el carnaval lo arropa todo, la cerveza refresca la garganta de los conversadores, hay gente que no se explica como pueden beber, si la plata no alcanza para dos dias. Pero en febrero, la rumba y la tristeza juntan. El camino del Dairen sigue siendo el unico camino que corta la distancia entre la parada de las busetas que nos llevan al centro de la ciudad y las torres, que siguen enclavadas en el sitio de siempre, sin que la brisa les afecte en nada su mala intención de verlas como borrachas cada vez que cae la tarde, y los diablitos convertidos en remolinos se dedican a perseguir a la gente que se persigna y se encierra antes de que el humo de las manos incendiarias comiencen con su atrocidad de acabar con la paja que tapa el hilillo del camino del Dairen.