Vida
Se llama vida
porque tiembla
y está en el ala menuda y gris de los mochuelos de Palestina
y en el llanto de un niño perdido
que va a morir sin esperanza
en la fría sala de un hospital de Gaza.
Se llama vida
porque arde
en el cáliz de la flor Iris Haynei
y en el sol que se refleja como un espíritu
en la piel de los olivos
que arrasa con sus buldóceres
el ejército de ocupación de los sionistas.
Se llama vida
porque se empeña en durar
y se hace presente en los que amasan el pan de pita de cada día
en Cisjordania
y en los que festejan el Ramadán
con jugos de algarrobo, tamarindo y albaricoque.
Se llama vida
porque sacia
y siembra alegría en los rostros de las que preparan
mansaf, sopa de laban, maqluba con piñones
y mutabbaq con queso caliente y derretido.
Se llama vida
y corre como un río por las calles de Gaza, de Yenín,
de Ramallah, de Belén,
se agolpa junto al paso de Rafáh
y se manifiesta por los callejones del este de Al Quds,
insobornable en su rigor,
a mil años luz de la infamia y el olor a pólvora quemada
de las bombas de fósforo del Tsahal.
Se llama vida
porque se vive para que otros la escriban
y la reivindiquen
como el corazón enmarañado de las rosas espinosas de Galilea,
como el olor a cilantro y a cúrcuma
y el suave almizcle que baja desde los cedros del Líbano
y recorre las arenas del desierto del Negueb.
Escucha Israel:
Que no pasen decenas de años para comprender esto.
No cierres los ojos y los oídos a la vida,
No te conviertas en un pueblo genocida.
Con un estado terrorista más temprano que tarde, perecerás…
Iosu Moracho Cortes con Kapirutxo