En esa noche tormentosa de aires furiosos,
tu alma desnuda se enlaza a la mía.
Me llevas al cielo con tu gélida mirada;
el resonar del cuero contra mi piel deja tatuajes de placer.
La noche se hace mágica entre el suplicar y tu respuesta fría ante mi ruego.
Puedo verte pero no hablarte. Aumentas el dolor en mi profundo pecho.
Me deshago en deseos, aún con mis manos atadas siento el estremecer de mi piel
entre embestidas sin final, mi mente pierde la razón.
No hay palabras de amor, pero por tu forma de deslizar esa cera de la vela en mi abdomen,
me deja ver las estrellas en nuestro techo.
Es una noche donde tu sonrisa casi cruel queda en mis pupilas. Escucho tu dulce cantar masculino en mi oído, dulce néctar.
Tus ojos llenos de lujuria no dejan de hacerme volar.
Mis ojos brillosos suplican piedad y sonríes, crueldad...
Mi boca se ahoga con mi saliva y solo atinas a dejar tus dedos en mi cara sonrojada, ferocidad.
Quitas ese bozal de mi tierna boca, y pides obediencia.
Y mi respuesta solo te enerva.
El castigo por ese enojo feroz hace que la punta de mi pecho quede retorcida entre tus dedos. Grito, pero no puedo dejarte.
Me liberas y provoca en mí ese efecto inaudito, un dolor brutal que me hizo morder mi piel con fuerza, y que provoca lágrimas entre el placer y el dolor. La sensación de castigo no niego, me excita, y ese gemido me lo provoca mi dulce amo.