¿Usted qué opina de la muerte?
Yo me mantengo en mi idea,
soy contrario.
—Woody Allen.
Estuvo muerto.
Sí, muerto durante escasamente dos minutos —eso me dijeron, no llevaba reloj—.
Fue una locura, el agua nos llegaba hasta el cuello,
las lluvias de las jornadas precedentes fueron copiosas,
anegaron por entero el valle circundante y los pinos, de un verde aceituna,
brillaban como no antes a la luz radiante del sol afuerino.
El buen tiempo nos animó a atrever el descenso,
la espeleología era una práctica por entonces escasa en adeptos,
eramos pioneros en los contornos malagueños a los que pertenecíamos
el equipo, y la ilusión, el deseo de explorar rezumaba por nuestros poros.
Eran las once y treinta y seis de la mañana cuando estalló en el escaso aire
que quedaba en la cueva, exactamente en el punto donde estábamos, un grito
de desesperación; Manuel, natural de Archidona, sintió un desgarro que no vio,
el agua le cubría hasta la garganta, y la pierna, a la altura del bíceps femoral,
fue atravesada por lo que después se supo un chuzo pétreo, una especie de navaja
puntiaguda de un material tan antiguo como la tierra, una estalagmita eterna
que pareciera cobraba su derecho de paso rasgando su carne hasta el hueso.
Sebastián y yo, gracias a dios, estábamos cerca y pudimos reaccionar como un rayo,
lo condujimos flotando hasta una especie de saco de emergencia que colocamos,
por si se daba este percance, cerca de una de las bocas laterales de la cueva,
y desde allí lo trasladamos al puesto base que, por fortuna, estaba a escasos metros.
Cuando lo depositamos en la camilla y tras la rápida intervención de la unidad
de emergencia, lo trasladaron con un torniquete en la pierna al hospital más cercano.
Allí permanece. Han pasado solo cuatro días y la carne va cicatrizando. Necesitó
de inmediato un auxilio quirúrgico para parar la hemorragia; una cornada
en toda regla que me recordó, como hice observar a Sebastián, a Paquirri el día fatídico
de su muerte en Pozoblanco. Por escaso margen no corrió su misma suerte.