Floreció el amor en el jardín del alma,
como una rosa roja, radiante y eterna.
Sus pétalos suaves, su fragancia divina,
llenaron de alegría cada rincón del ser.
El amor brotó como un manantial fresco,
navegando los senderos del corazón.
Sus aguas cristalinas, puras y serenas,
arrullaron los sueños con dulce emoción.
En el jardín de la vida, el amor floreció,
como un canto de esperanza, como luz en la oscuridad.
Y en cada corazón que abrió sus puertas,
el amor encontró su hogar,
su eternidad.