Tomás Sánchez Rubio

INÉS

Veía pasar Inés la infancia

de los demás

a falta de colegio y de caricias,

por haber perdido demasiado pronto

a quien la acogiera en el regazo

vertiendo sonrisas en su cara de lluvia.

 

Casada como Dios manda,

levantaba altares cotidianos

al dolor ajeno

en sillas de enea y velatorio,

pasando la vida cabizbaja,

mientras lloraba calladamente

y cuidaba con generosidad infinita 

la vida y muerte de otras almas

que no eran la suya.

 

Fue niña mujer que pasó toda la seriedad

de su inocencia criando brazos curtidos

bajo los desagradecidos soles del trabajo.

Con la cara tiznada del hambre

nuestra de cada día, le eran pecado

las cintas en el pelo

y el arrebol del resto

de adolescentes, maltrechas

por el intenso perfume del tomillo

y el galante romero.

 

Un novio de mirada huidiza y manos torpes

como témpanos de arena,

pero que sabía a marisma y a nogal,

sembró de soñadas rosas sus mañanas

y de agridulces recuerdos

su obstinada vejez.

 

Sonrisas y espinas en sepia

quedan hoy como memoria

de la vida de Inés, de su paso acorde

con el mundo en un baúl

de falsos herrajes

y trastero enmohecido.