60 meses siete
(pasajes-parte 2)
he visto cómo te pudres. Heme aquí, testigo de tu descomposición.
Cuánto habrá llovido desde aquél día funesto en que nuestros labios se palparon. Con mi mano diestra en seducción primigenia moví tu tirabuzón por detrás de tu oreja carente del gen dominante, pero todo comenzó con algo mas abisal que un encuentro de bocas: fue un cruce de miradas, grávidas y risueñas, como un Si séptimo. Una melancolía inmediata que nos abordaba y nos dirigía con hilos invisibles nada parecidos a los hilos de la realidad.
Él se dormía en su espalda y soñaba con ballenas celestes. Ella lo abrazaba de mentiras y le decía \"te amo\". Y la mayéutica los obligaba a tejer una respuesta en común que los pudiera salvar de ese naufragio que es el amor. Y sin embargo, dolientes los amantes que no se amaban buscaban el amor a tientas, como buscando el cri cri de los grillos que se esconden para molestar a medianoche, soportaban el peso de sus miradas hermosas y febriles para no morir en ese instante. Tirados en el suelo levantaban la falta de la cama buscando entre el polvo y misceláneos aquello que los había infectado y que los hacía decir que se querían.
La orquesta del Sargento solitario hizo una nota final que se quedó en el aire sin oxígeno de aquél lugar sinuoso, y saltaban las miradas en la vid de los pechos frondosos. y flotaban en el tremedal los besos que nadie se daba porque nadie se daba cuenta de lo que pasaba, y nosotros, nada hábiles, recogimos las sobras de esos besos para crear nuestro espacio bochornoso en medio de una lluvia de arena. Luego, para huir, se nos antojó abordar una barca amarilla que más que una salida era una cama de hospital en los años venideros. Pero ninguno lo sabía, porque un romántico sin sentido del humor dijo \"así es el amor\" , y puede que sí, que el amor fuera eso.
Más allá de lo intuitivo, de las burlas, y de las malas decisiones, fuimos de la forma más honesta los seres más tercos. Y nos gustaba. A pesar de la gravedad de la situación una luz azul se comía sin masticar los bordes de nuestra piel, y hacer el amor era una forma distinta de vencer al mismo amor. Qué ingenuos... Si de alguna forma, como en el colegio , hubiéramos recibido un papel doblado que viaja de mano en mano del emisor al receptor, más que un mensaje , un telegrama, y en ese papel se avisara la entropía a la que estábamos ingresando por ignorantes y... En fin, que debieron vivirlo, ellos solos. No hay forma perfecta para pensar que puede ser diferente. Ella se repartía porque tenía amor y nada más. Era una cesta de pan, era un aguacero. Para nada lo celebré.
Pero ahí estaban ellos, destruyendo lo que les quedaba del triste hogar y acumulando rabias y exponiendo en la colada cada miseria que les había dado el amor. ¿Sabían , acaso, lo que es el amor? es difícil de concretar. Eran unos antropófagos, eran unos lunáticos, eran la representación del humano que gruñía desde mucho antes del humano que inventó el ruido. Aun así repoblaron el planeta, y desdicharon el blasón de dragones que los representaba. Animales hermosos, con talentos pueriles y con sentimientos de culpa. los primeros en el sistema, que se abrazaban tiernos y desnudos bajo las ramas del árbol de la ciencia, y justo cuando estaban por besarse en esa barca amarilla una manzana se deslizó entre sus narices y ella le pregunto: \"¿quieres?\" y el respondió \"te quiero\" porque siempre equivocó las preguntas y dio siempre las más pésimas respuestas, en ese momento el árbol perdió su brillo porque el amanecer atacó con una estampa rosicler que los hizo intuir que hasta eso era una señal. Luego, amenazante el sol los hizo esconderse como alimañas en la sombra de una cueva , engullendo la proteína y el trigo, las brevas y el musgo. Él la destapo y lo deslumbró la blancura de su piel en aquél marasmo oscuro que era la vida eterna. y le besó las nalgas y la espalda y los codos y el cuello... lo que que provocó que algún órgano importante se saliera de control en el universo de ella. Y el firmamento se les salía por la boca y el frenesí del mundo entero se hundía en las palmas de sus manos. El ritual estaba acabando, y el metal rancio del mediodía los hizo irreconocibles, ajenos. Ahora se necesitaban. Las esporas esparcidas por aquél sargento de asilo se fue evaporando y los humanos despertaron de un ensueño que parecía real. Los años llegaron con complejos mayores y ahora todo era más parecido al amor, porque el amor de los lunáticos que no han viajado al espacio es una red de desengaños que no termina nunca.
Él envejeció muy rápido: un siglo en 60 meses. Estaba tan curtido de la soledad que se acostumbró a la radiación visual del blanco de su entorno. Lo carcomía la culpa de haber sido humano en los buenos tiempos y más humano en los tiempos peores. Lo corroía la incertidumbre de no saber si era un ser hecho para el amor, o un trofeo de caza expuesto en una pared llena de otros muchos seres con cuernos de vellocino, casi señaladores. Habría imaginado un destino mejor o peor por culpa de esos episodios intrusivos de la causalidad. Ella sin embargo, fue solo un rumor que danzaba sobre espinas. Un hermoso error de programación que no se demacraba y que se repetía con el pasar de los eones. Y a su favor tejía una urdimbre de argumentos más parecidos al amor que a una excusa fatal. Y ya nadie pudo cantar sus canciones más que en la necesidad del abrigo de unos estómagos infantiles con hambre . Un niño atravesó el umbral de una habitación blanca e infinita en la que solo había una cama también blanca. El hombre en la cama le extendió la mano al niño que nada tenía que ver con un presagio aquilino. En medio del axioma, el niño abre su boca y sin mover los labios le dice: \"He visto como te pudres\". El hombre despertó y comenzó a soñar por primera vez.
Blas Roa
01/03/2024