Vagar
invariablemente cada noche
como quien no distingue ya
las calles de los campos,
el tiempo del espacio...
Vagar, solo por vagar,
y no llegar a ningún lado.
Las piernas advierten la derrota
y, sin embargo,
aún recuerdan ese tacto,
lo saben de memoria
y arrastran tras de sí, con cada paso,
la misma indistinción de las aceras,
la propia soledad de un ser extraño,
las ratas y la música difusa,
el humo que no está de aquel cigarro
(el olvido, como a mí,
se lo ha llevado).
Vagar
y, apenas empezar,
el bar donde los dos nos conocimos
el jazz, el ron, las risas
tu pelo, como un sueño entre mis brazos
y el beso de la luz
bajo tus labios.
Tan pronto aquella suerte
de imagen sucesiva
me llega, cuando todo muere ahora
como mueren las lágrimas,
al caerse de los ojos
poco a poco.
Vagar
y no volver jamás
la vista atrás.
Eso... tampoco.