I
Tu cuerpo se me presenta
en horas insospechadas
cuando la luna decrece
y el sol apunta a mañana,
cuando titilan los astros,
y me absorbe tu mirada
y vuela el tiempo a su paso
por las rendijas del alma.
Tengo incrustado en el pecho
el beso de tus palabras,
la caricia de tus ojos
como suaves dentelladas,
el mordisco entre las piernas,
el aleteo en las sábanas
y el gemido de la noche
previo al silencio y la calma
donde la felicidad,
de amor y pasión, se abraza
y concibe lo impensable
en las cuclillas del alba,
donde tu piel es mi piel
y tu nombre mío, oh Ana,
y el mío tuyo y son nuestros
el cielo, la tierra, el agua;
lo posible y lo imposible;
el tiempo, el todo, la nada
en nuestras manos, el sueño
y el despertar... y, entre tantas
y tantas cosas, nos quema
la luz que nunca se apaga
del fuego que no consume
el ardor de nuestra llama.
II
Eres agua luminosa
en el estanque enredada
como se enredan las hiedras
desde el tronco hasta las ramas,
desde el fondo del océano
hasta el fin de las montañas,
vapor que cuaja en rocío
de rosas de verdes lágrimas,
la primera flor de un campo
que aborrece la batalla
y espera verse otra vez
en la luz de la mañana
como bocado de río
como el aire en la retama
se enciende de aroma y vida
y luego se aleja y canta
y deja en su canto un rastro
que seguir mientras se calla
el mismo silencio y grita
la tempestad en el alma
cuando mi voz, en tu nombre,
se pronuncia y la garganta,
como poema de carne,
resucita unas palabras;
esas que nos dijimos
y las que aún nos aguardan
a la vuelta del camino
donde nace la esperanza,
donde vamos los dos juntos,
donde se gesta el mañana,
donde somos tú y yo,
donde se abren las ventanas
y las puertas y no importa
nada más, pues así cada
día vivo en ti y tú en mí
y mi espíritu más ama
a tu espíritu y tu ser
más al mío se amalgama.
III
Fuiste luz en primavera,
estío dorado y grana
eres ahora de otoño
el viento tras la hojarasca,
la libélula que surge
por la ribera y con calma
se posa sobre mi pecho
y leve extiende las alas
para llevarme a volar
a las estrellas lejanas
cada noche junto a ti
cuando la luna se apaga
y en las orillas escucho
el susurrar de las aguas
y poco a poco me duermo
y sueño con tu mirada
y bebo de tu sonrisa
y vivo de ti y más clara
se me descubre tu voz
serena, sencilla, llana...
Y la tormenta se va,
y despierta en mí y me inflama
y me desborda de amor
y, por ti, se me derrama.