Un puñado de estrellas esparcidas por mi interior, nacieron unas en la fragua de la soledad, otras al son del silencio monastérico unas más en la confusión de los días, y en la hora de la duda, entre las rodillas y el piso; no son demasiadas como quizas esperas, pero son de buena ley, y no de ajenjo con capa de miel, como fue en el paraíso; de esas que hoy se venden en la plaza, y te ofrecen los mercanchifles seductores; encontrarás buen favor y agradecimiento en ellas, segura irás en esos días negros de desaliento, te alumbrarán en la oscuridad y calentarán tu corazón en las noches invernales, más yo después de vivir este tiempo perenne, caminaré seguro al atardecer en el lago dorado de tus ojos sinceros.