Ya es tarde para Eitan, su despertador hace una hora que grita desesperadamente, pero su sueño no fue interrumpido. Eitan soñaba que su reloj le gritaba desesperadamente, pero este tenía una boca de verdad, con dientes de números y bigotes como agujas, el reloj hablaba en idioma \"tic tac\" pero el gritar en cualquier idioma se descifra —tic... ¡Tac!—. Eitan intentaba atraparlo, pero las piernas del reloj (cuatro palos de madera) corrían más rápido que las dos piernas débiles de Eitan y el reloj huía hacía la puerta, gritando —¡Tic tac, tic tac!—.
Al llegar a la puerta dijo —tic tac, tic— y la puerta le respondió —toc toc, toc—, mientras se abrían sus cinco cerrojos de plata y plomo. El reloj salió aliviado y Eitan quiso perseguirlo, pero la puerta se cerró y le dijo —Toc—.
Eitan insistió por poco tiempo, hasta que aquel “toc“ le cansó. Decidió salir por la ventana y para su suerte las ventanas estaban mudas y sin vida, le dieron el escape perfecto; mas no sabía que salir era más como entrar, pues la ciudad donde se encontraba era el mundo del ¡Tic, toc, bam!
Y los relojes, puertas y pistolas, epopeyas de nuestro idioma; andaban por las calles, sonriendo y llorando, humanizados, relojes llegando tarde al trabajo, puertas abriendo puertas de automóviles, pistolas yendo a comprar sus balas.
Caminó por toda la ciudad, admirando a esta sociedad tan rara pero tan igual, al llegar la noche los relojes anunciaban la hora de dormir y las puertas cerraban sus cinco cerrojos de plata y plomo sin volverse abrir, Eitan hizo caso omiso y siguió navegando por las calles de esta ciudad, de pronto escuchó pasos atrás de él, la ciudad parecía apunto de explotar, pero Eitan cegado de esa imaginaria realidad, no sabía que las pistolas estaban a punto de dispararse despiadadamente; Eitan caminaba por el parque central con muchas pistolas ocultas en la obscuridad y de pronto se escuchaba las balas recargadas, listas, muy listas para disparar.
Las balas apenas dando las tres de la madrugada empezaron a sonar \"!Bam, bam, bam...!\" se escuchaba por el parque central; pistolas ensangrentadas y agonizando en el suelo, sonrientes más que nunca pues se sentía útiles, como si hubieran nacido para matar o ser matadas.
Eitan en el epicentro fue fundido en balas por todo su cuerpo, una bala yendo directa a su cabeza, solo que el dueño de la pistola no era de ese mundo, era su amigo Héctor que venía a buscar venganza porque Eitan robó su éxtasis y marihuana.
Héctor en un viaje de negocios le hacen una llamada, la cual él contesta, y le dicen -Mataste al equivocado- se queda en shock y descubre que Eitan no había muerto, este no era el fin de esta historia.