RICARDO V

Almendras amargas

El zagal tenía un huerto

en el que sólo crecían,

por designios de la vida,

bellos y sanos almendros.

 

Dios le asignó sin pensarlo

tarea de agricultor,

juzgando que esa labor

era su mejor regalo.

 

Con un empeño afanoso

el zagal cultivó el huerto

y sus almendros crecieron

con el porte más hermoso.

 

Y llegó la primavera

y supuso un esplendor

de yemas en floración,

delirio de las abejas.

 

Prendado el zagal quedó

de esa extremada belleza,

que dada su inexperiencia

era un milagro de Dios.

 

Y las flores se tornaron,

al suave aliento del sol,

en frutos de mal sabor

que al zagal desalentaron.

 

Fueron almendras amargas

el fruto de su pasión

y el zagal tuvo ocasión

de entender la verdad clara.

 

Es asunto llamativo

que belleza y amargura

no siempre caminan juntas

ni coinciden sus caminos.

 

Que no te ofusque la mente

la hermosura de las cosas,

que las cosas más hermosas

te equivocan más fácilmente.