Deambulo por callejas,
que a cualquier lado me llevan,
arrastrando mi vejez,
árida, solitaria y vieja,
vestida con levita estrecha.
Piso adoquines de piedra,
por las empinadas cuestas,
que son martirios de fe
para mis piernas sin fuerza.
Solo, en la barbacana
que circunda mi tristeza,
me paro bajo el dintel
en la puerta de una iglesia
que me recuerda una fecha:
aquí casaron mis padres
un día de mucha fiesta.
Veo la fotografía,
en mi memoria desierta,
y de nuevo me extravío
por las angostas callejas
tapado con la levita,
con flaccidez en las piernas
y en el corazón las llagas
de mi vejez solitaria
y el recuerdo flagelante
de las personas ya muertas.